Las pruebas PISA son evaluaciones internacionales que se realizan a estudiantes de 15 años de edad a fin de medir los conocimientos y habilidades que han adquirido para una participación plena en la sociedad moderna. La evaluación se centra en lectura, matemática y ciencias. Se realiza cada tres años siendo la última la del año 2015. En ella participaron 72 países, incluyendo todos los desarrollados y varios de ingresos medios. Se utilizó una muestra de 540 mil evaluaciones representativa de 29 millones de jóvenes.
La Argentina venía participando desde que la prueba se creó en el año 2000. Pero lamentablemente en la última edición fue excluida debido a que se detectó un manejo desprolijo en la selección de la muestra. Si bien no se explicitaron los motivos por los cuales se produjeron estos desvíos, la sospecha es que se trata de otra variante de manipulación de estadísticas oficiales que ejecutó el gobierno anterior. Para los organizadores de la prueba sólo en la Ciudad de Buenos Aires se generó información representativa y confiable.
Una de las dimensiones que permite analizar PISA son las brechas en la formación de los jóvenes según estratos socioeconómicos. Tomando los puntajes en lectura se observa que:
En Canadá los jóvenes obtuvieron 527 puntos donde los del estrato socioeconómico más alto obtuvieron un puntaje 14% mayor que los del estrato más bajo.
En Chile los jóvenes obtuvieron 459 puntos y la brecha de puntajes según estrato socioeconómico fue del 21%.
En la Ciudad de Buenos Aires los jóvenes obtuvieron 475 puntos y la brecha de puntaje según estrato socioeconómico fue del 25%.
Estos datos muestran que Canadá, además de ser uno de los países que logra la mejor formación de sus jóvenes, tiene diferencias relativamente moderadas según estratos sociales. En Latinoamérica, en cambio, no solo que el promedio de rendimiento es más bajo sino que las brechas entre niveles sociales son mayores, como ocurre en Chile. En este contexto llama la atención que en la Ciudad de Buenos Aires la inequidad educativa supere a la observada en Chile.
Ciertamente que hay limitaciones en la comparación de países (Canadá y Chile) con el sistema educativo de un distrito (Ciudad de Buenos Aires). Pero si se considerara todo el país seguramente la desigualdad sería mayor ya que en el interior los desempeños educativos en promedio son más bajos y las inequidades mayores. En otras palabras, al tomar sólo Ciudad de Buenos Aires se está subestimando las diferencias de logros educativos entre familias de altos ingresos y hogares pobres.
En Argentina no debe haber institución más apreciada por la población ni declamada su defensa por parte de políticos, intelectuales y sindicatos docentes que las escuelas públicas. Sin embargo, las evidencias dan cuenta de la baja calidad educativa que cercena el progreso de los jóvenes y potencia las inequidades distributivas. El problema no es la falta de recursos sino reglas deficientes en la gestión de las escuelas e intereses espurios enquistados en el sistema que inducen a la mediocridad, la falta de compromiso, el ausentismo, los paros y el derroche de recursos. La gente reacciona ante la degradación fugándose –en la mayoría de los casos contra su voluntad y haciendo un enorme sacrificio económico– a las escuelas privadas. Así, mientras que en el discurso se declama la defensa de la educación pública, en la práctica se profundiza la segmentación. Por un lado, jóvenes de familias humildes sufren la mala calidad de las escuelas estatales; por el otro, jóvenes de mayor ingreso buscan salvarse en las escuelas privadas mejor organizadas.
La actitud de las autoridades de la Ciudad de Buenos Aires de no haber manipulado las pruebas es meritoria y brinda esperanza para el futuro. Pero para que esto se concrete no hay que subestimar la profundidad de los cambios que se necesitan. Dentro de ellos, es fundamental replantearse el sentido de manejar recursos desde el Ministerio de Educación de la Nación cuando son las provincias las que administran las escuelas. No es casualidad que Canadá, país federal como la Argentina, tiene uno de los mejores sistemas educativos del mundo y no tiene ministerio de educación nacional.
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