viernes, 24 de marzo de 2017

El día más largo de nuestra historia

El 24 de marzo será siempre la fecha trágica de nuestra historia contemporánea, la que canceló la libertad, amordazó las gargantas, llenó de muertes y sufrimiento los hogares de miles de argentinos, nos humilló como país y, por el terror, nos encerró dentro de nosotros mismos, incapaces de reconocer al otro como el compatriota. El día más largo de nuestra historia porque no termina de pasar y aún en el presente, cuando nos distancian ya cuarenta años, siguen separándonos los residuos autoritarios y el veneno de la desconfianza que inoculó la dictadura. Hoy ya lo sabemos: el cadáver que nos dejó la dictadura fue la política, a la que debemos rehabilitar como la herramienta para resolver los conflictos y construir una sociedad que nos ampare a todos, en paz.
Nuevas generaciones nacidas y educadas en libertad se interponen ya entre aquella fecha fatídica y la actualidad. Jóvenes que han sido educados en los valores de los derechos humanos, que no son otros que los de la vida, la integridad y, sobre todo, el respeto al otro. Pero ellos tienen que saber que viven un privilegio histórico. Han nacido y vivido en democracia, lo que muchas generaciones nacidas después de los años treinta no pueden decir, porque en algún momento de sus vidas vivieron bajo regímenes militares que les decían como debían vestirse, cómo pensar, qué leer o a quién rezar. Por eso, crecer en libertad es un privilegio y debemos honrarlo de la única manera posible, evitando que los argentinos nos volvamos a descarriar en la intolerancia y la violencia política. Los derechos humanos son valores que debemos hacer carne en nuestras conductas para respetar a los otros, ser tolerantes con sus ideas y sus elecciones, siempre que vivan dentro de la legalidad democrática. Vivimos un tiempo crucial, de tensión profunda entre ese residuo autoritario que se niega a morir y una auténtica cultura democrática que no termina de consolidarse.
Debemos dotar a los derechos humanos de su verdadero significado, el que los vincula a la vida, a la integridad y a la libertad. No a la muerte. Sólo dejaremos de ser adolescentes cuando dejemos de poner las culpas afuera y aceptemos la responsabilidad que tenemos con los otros.
El 24 de marzo debe recordarse, conmemorarse, pero jamás celebrarse. El rojo del calendario no podrá reemplazar nunca el duelo de nuestros corazones mientras recordemos a los que no están. Una forma de honrarlos es que finalmente reconciliemos lo que fue violado: la convivencia democrática.
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